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Mostrando entradas de abril, 2013

Te recuerdo...

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A él... Contemplando líneas que escribieron su historia, tanteando terrenos desconocidos pero internamente explorados, y en mi mente, la imagen viva de tu ser. Quisiera sonreírle al olvido del paso de tu mirada, pero tanto el autor como tu recuerdo me aseguran que todavía existen suspiros por y para ti. Tal vez naufragar sea la opción más acertada, pues en mi caso, la leve briza que calló al saber de tí, solo humedeció mi corazón, pero es tan fuerte lo que siento hoy, que creo que puede estallar en torrentes de agua que inundarían mi razón, eso sí, ahora me encuentro protegida por una burbuja resistente que repele la mugre y la peste, y atraviesa ese mar, tal vez flotando, tal vez volando... Tal vez naufragando. Retomo el libro y de insofacto una frase ya conocida, varias veces pronunciada por tus labios fríos. Ahora cubre mi cuerpo y lo envuelve en un cálido sollozo que trae consigo imágenes cargadas de ese sentimiento puro y un corazón acelerado víctima del rec

Ella

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A la luna le escribo susurros de amor, con ella las estrellas danzan felices en su quietud. A la luna le cantaría trinos matutinos y le regalaría un caluroso abrazo para apaciguar su frialdad. A la luna hoy le escribo versos para tenerla más cerca; a ella, y sólo a ella, le regalo mis lágrimas y mis sonrisas; por ella mi vientre palpita y para ella mis destellos brillan aún más. Si no aparece la extraño, tanto como el desierto al agua. Y cuando crece y decae, cosquillea mi espíritu. Pero cuando está en su punto máximo de perfección y su cara tan iluminada me sonríe, mi ser parece levitar, y sube tan alto que puedo sentirla tanto en mis dedos, como en mis pupilas, como en mi interior. Caminante de la noche, que acuna sueños y arrastra amaneceres, vuela mientras velas por los enamorados y acompañas a los que buscan un amor. Ahí esta ella, sonriéndome esta noche, feliz por nuestro encuentro y brillando, agradecida por estos versos.

Un abrazo soñado

Sin llamar su presencia aún cuando deseaba sentirla, ella se sentó en una piedra grande y un poco verdosa al lado de un río magenta que guardaba el vacilante reflejo del sol de mediodía. Miró el cielo con sus ojos brillantes y en ellos, sentimientos, deseos y nombres que le cantaban al río sus versos con la mera intensión de despojarse de ello que ahogaba su soledad. Recordó que algunos amigos la esperaban al borde de la carretera, a unos pasos de la rivera, entonces, desdoblada y serena dio vuelta y caminó junto a ellos, sonriendo, aventureando y sin prejuicio alguno de su libertad, sin embargo, su alma sabía que él habitaba en algún lugar de su ser, esperando su abrazo, tal vez en un atardecer. No pasaron muchas horas antes de que el agua viva escuchará el canto de su espíritu. De pronto, sintió una suave briza que le erizó la piel y percibió un aroma en el ambiente que la hizo sonreír; al darse vuelta y encontrarse con él, lo único que hizo fue abrazarlo, un abrazo tan sincero, t