Cuento de montañas

Escribir a cerca de Luna Llena, en Creciente, es algo así como profesar su eminencia... 
O simplemente es recordar...

A LAS MONTAÑAS DE MI TIERRA

Bordeando y recorriendo valles van los ancestros vivos, que contemplan la triste in-volución humana dentro de su "Civilización perfecta". Sufren los más vulnerables y cercanos que abrazan la vida en la ciudad; contagiados de una lepra que desgarra su piel, convirtiéndola en pixeles grises con materia muerta en la que encierran su vida miles de caminantes terrestres. Aún así, aguantando el sufrimiento y el odio, la envidia y el dolor, ahora parte de su existencia; llevan en la espalda el recuerdo de un paisaje frondoso, donde en su comunidad, hermanos y hermanas robustas albergaban a Sabios y Sacerdotisas de pies y manos. Allí, los vientres de las féminas fecundaban maíz y quinua, mientras en los brazos de los gigantes discípulos del Sol, yacía la cosecha del Tabaco, la yuca y la piña con lo que su gente se alimentaba.

Divisa a lo lejos cómo sobre la cabeza puntiaguda de una de sus hermanas, se levanta el velo azulado que deja vislumbrar los primeros destellos diamantes en el firmamento; mientras que el Sol del ocaso parece fundirse en su propio y fornido cuerpo infestado. Entonces, decide viajar hasta donde está su cabildo en la lejanía, en un solo acto de contemplación, donde absortas, las montañas vecinas dejan que sus ríos se estremezcan al encontrarse fundidos en el reflejo con el cielo; donde va brillando tras la montaña una luz dorada que avisa la llegada de la Luna Llena que va coronando poco a poco la montaña elegida para presentar la gran obra.

Aullidos de féminas y acordes de arpas y flautas acompañan la banda sonora de grillos en la espesura nocturna. Mujeres sacerdotisas danzan los ritmos que los magos fabrican. Una fiesta se levanta en las entrañas de la Pacha, esas noches en las que las montañas se reúnen a contemplar la llegada de la Luna y la despedida del Sol en el Campo y en la Selva. 


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